En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
- Alegraos.
Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies.
Jesús les dijo:
- No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:
- Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros.
Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.
La tumba abierta, el sepulcro de Jesús vacío... Aquí comienza todo, toda la historia de la fe en Cristo Resucitado. Pero, es un comienzo humilde todavía, sólo en forma de pregunta de nada fácil respuesta. Nunca en la predicación de los apóstoles ni en la nuestra, la tumba abierta y el sepulcro vacío son argumento y prueba de la Resurrección. Más bien, la tumba y el sepulcro son prueba de que Jesús murió y fue enterrado. Cierto que cuando acuden muy de mañana las mujeres, el cuerpo de Jesús no está allí. Pero eso no prueba, de suyo, nada. Ni lo probó para ellas. María Magdalena piensa que se han llevado del sepulcro al Señor, y los sumos sacerdotes y ancianos judíos dirán que los discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo del Señor. Sólo más tarde, Jesús mismo se encargará de demostrarles, en sus apariciones, por qué lo de la tumba y el sepulcro vacíos.
El sepulcro está vacío porque Jesús, el nazareno, el crucificado, ha resucitado. Y este será el testimonio de Pedro y de sus compañeros. Pronto comprendió María Magdalena y las otras mujeres que no podían buscar al que vivía entre los muertos. Pero, con seguridad que nunca pudieron olvidar sus sentimientos al ver abierta la tumba y desaparecido el cuerpo. Sentimientos de miedo que generaron, luego, la mayor alegría y el fundamento de su vida y de la nuestra.
El miedo de las mujeres, auténtico a juzgar por las palabras de ánimo de Jesús, está mezclado con alegría. Acababan de oír al ángel: “No temáis… Jesús, el crucificado, no está aquí, ha resucitado”. Y su alegría se va a consolidar al oír al mismo Jesús: “Alegraos. No tengáis miedo”.
La alegría, la paz, la seguridad son actitudes que Jesús entregó a sus amigos y discípulos en distintas apariciones. Pero también el temor. Por eso, Jesús insiste tanto en: “No temáis”; “alegraos”. ¿Cómo, invadidos por el miedo, iban a ser capaces de convencer a nadie de la Buena Noticia de la Resurrección? Primero necesitaban convencerse ellos. Y se convencieron. Y el “somos testigos” no sólo cambió su vida sino propició su muerte “por ser testigos”. Y, además de cambiar su vida, cambió y sigue cambiando la nuestra. Y, al hacerlo, todo en nosotros, como en ellos, como en Jesús, tiene sentido. ¡Alegraos, amigos! Aparentemente somos igual que los demás, pero, realmente, con la Resurrección en perspectiva, no somos igual que los que no la tienen o, teniéndola, no creen. Nuestra vida tiene sentido. Nuestra muerte tendrá sentido, también. Igual que la tuvo la vida, la muerte y la Resurrección de Jesucristo.